domingo, 21 de octubre de 2012

Tiene la música que ser agradable?

La pregunta no me parece baladí. Tengo mi propia respuesta, pero es una respuesta subjetiva, personal y me temo que intransferible. Cada uno tiene su propia respuesta y seguramente todas son correctas. Pero mi respuesta es bastante concisa al respecto: no. La música como arte en particular, pero es extrapolable al arte en general. Limitarlo a la presentación de algo que nos resulte agradable creo que es limitar su potencial y reducir su sentido a un plano bidimensional a la postre aburrido y estático. La música (volviendo a lo que nos ocupa) puede cumplir una misión de entretenimiento, qué duda cabe, pero puede hacernos pensar también, puede sorprendernos, incluso generar sensaciones de rechazo. No es un problema que un tema no nos guste, en ocasiones puede ocurrir que incluso sea ese el objetivo de quien lo compuso.

Toda la perorata anterior viene ligada a la música que me ha acompañado esta semana. Un grupo escocés que se formó a principios de los 80 y que respondía al nombre de The Jesus and Mary Chain. De ellos he estado escuchando el que fue su primer trabajo, una galleta del 83 titulada Psychocandy.


No me he dedicado a hacer una encuesta entre los míos, pero creo que ganarían los que respondiesen que un tema como In A Hole no hay dios que lo aguante. Ligando con lo que dije antes, no creo que ninguno de los hermanos Reid (Jim Reid y William Reid), formadores y alma del grupo, pretendieran hacer de In A Hole la canción del verano, ni tan siquiera un tema para tararear. No era su objetivo generar una melodía inmediata, sino llevar sus guitarras un paso más allá.

Esto no quita que en este trabajo podemos encontrar otras cosas. De hecho al final del post dejaré dos ejemplos, el de un tema cargado de distorsión y retroalimentación, y el de otro tema más melódico e inmediato, donde los Reid se meten en unos sonidos al filo de la ruptura que me han traido a la memoria temas de Dinasour Jr por ejemplo (lo cual es en si mismo una contradicción cronológica, pero es que aquí el menda llegó primero a los estadounidenses que a los británicos que tratamos hoy).

Pero volvamos a la distorsión y a la retroalimentación de las guitarras. Me parece lo más inquietante de este trabajo. Leía en algún sitio que los propios Reid habían comentado en alguna ocasión que su sonido primigenio no estaba tan saturado. Venían de un entorno donde los Sex Pistols ya habían dejado su impronta. El boom del 77 se había generalizado y el Do it Yourself y la ola expansiva de esa semilla ideológica del movimiento punk que fue Malcom McLaren había barrido la juventud entera de medio mundo occidental. Por tanto el primer sonido de los Chain estaba inmerso en una amalgama que los acercaba más de lo deseado a, por ejemplo, Ramones. Fue entonces cuando decidieron dar un paso adelante. Paso que se materializó en la introducción de ruido, de distorsión y de retroalimentación. Éste último es un efecto que se consigue enfrentando la guitarra contra el amplificador. Se produce un chirrido característico que enmudece la guitarra y eleva el volumen. Nunca había oído tanta retroalimentación en un disco como lo he hecho en éste. El resultado fue una diferenciación de lo anterior. Una textura nueva que, como todo en la vida, tuvo sus amantes y sus detractores, pero que marcó. Y tanto que marcó. Les convirtió en cabecera y totem de un movimiento musical que vino luego en etiquetarse como shoegaze. Literalmente mirando a los zapatos, y que identifica un grupo de conjuntos caracterizados por sonidos ásperos e interpretaciones estáticas, en ocasiones de espaldas al público (como hacían los Reid), con la mirada clavada en los pies. Otro dia, si eso, hablamos más del shoegaze.

Pero no quería acabar el post de hoy sin mencionar a un personaje que no deja de tener su importancia en toda esta historia.
Resulta que hay un tipo que se llama Bobby Gillespie (escocés él también y del que hablaremos en un futuro) que les escucha. Le convencen, y se lo comenta a un colega suyo. Músico también, metido en temas de producción, y al que le ronda la idea de dar un paso alante y comenzar a ayudar a salir a flote a grupos cercanos a un sonido que le atrae pero al que la industria no ha dado aún cabida. Este tipo es Alan McGee, y su hijo en forma de sello discográfico: Creation. Creation es un sello del que uno tiene, por lo menos, que haber oído hablar. Echa a andar precisamente con este trabajo de los Reis que me sirve hoy de escusa para soltar el rollo, pero seguirá hasta dar voz y presencia a artistas tan conocidos como My Bloody Valentine, Primal Scream,  o los ya comentados en este blog Oasis y Teenage Fanclub, pero también a otros no tan renombrados pero igualmente interesantes. Estoy pensando en unos Super Furry Animals o The Boo Radleys.
Con Creation McGee (no sólo, pero valga la reducción para no entrar en detalles) abre una ventana sónica y avanza una casilla, sólo una, pero una valiosa casilla, en la evolución de la música. Y sí, eran los años 80. Es decir, que pasó en estos años algo más que sintetizadores facilones y pelos cardados de chicas en leggings pegando saltitos.

Dos muestras de los The Jesus and Mary Chain, como decía un primer In A Hole cargado de distorsión y retroalimentación, y después un inquietante (o a mi me lo parece) Just Like Honey, con ese mantra de "soy un juguete de plástico" taladrando la conciencia.

Cosas buenas a tod@s.



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