domingo, 14 de diciembre de 2014

Sobreproducción, y la percusión como invitación al trance.

Hay carreras que se expanden como el helio. Hay artistas con una capacidad de creación tal que cualquier intento de cubrir su obra con un mínimo de dedicación por mi parte es en vano en mi situación actual. Y ayer, leyendo a Juanjo Ordás en Efe Eme me di cuenta del asunto.
He estado esta semana escuchando un disco que hacía tiempo tenía en ese cielo de futuras alegrías que es la discoteca pendiente: Licenciado Cantinas de Bunbury.
Porque, además, es la de Bunbury una de esas reinvenciones que miro con interés, con sorpresa y con alegría. Reinvenciones que en una determinada generación han derivado curiosamente hacia sonidos latinos, sones caribeños, percusiones americanas adornando letras pasionales, trágicas en ocasiones.
Y viene aquí Enrique a juntar un puñado de temas de tipos tan desconocidos para mí como Louie Ortega o Pablo Casas Padilla. Y, claro, esto transforma el rosco en un trampolín hacia nuevos territorios, justo lo que mi maltrecha disponibilidad necesitaba.
Pues algo tendremos que hacer, tiempo al tiempo, pero dejar que pase por tu puerta el tren de esta manera y no rendirse a la tentación de cogerlo un ratito es una posibilidad que no me planteo.

Pero volvamos al disco.

Estaba el otro día en el coche, yendo de un lado para otro, con una amiga a bordo. Esta amiga y yo no tenemos una compatibilidad musical muy acentuada que se diga. Más por su limitado arco de atención que por rechazo mío a lo que le gusta. No tengo problema alguno en entregarme a Lady Gaga si se da el caso. De una forma o de otra ella es consciente de nuestra separación en este asunto, de forma que tras escuchar un par de temas del Cantinas me comentó que esa música estaba muy bien para viajar, que la veía muy propia de ir con el coche en un viaje largo, acompañando los cambios de paisaje y las gasolineras. Y pensé yo que se trataba de un tema de trance. De ese nivel de consciencia superior al que te lleva una percusión bien sincronizada. Recordemos que el mismo Bunbury definió este disco como un álbum de percusión (Quino Bejar on board Los Santos Inocentes) .

A mi me ha encantado, ¿qué queréis que os diga?. Me ha gustado cada tema. Y me ha gustado así, a pelo, sin haber escuchado las versiones originales de los mismos (tarea a la que me entrego ahora). La sonoridad tan diferenciada, que me impide entenderlo como un todo y más como una colección exquisita de canciones, algo parecido a una caja de bombones de diferentes sabores y base común.

Pasito más, y ahora a seguirle el paso a todo lo que le tengo pendiente. A este tanto como al que Ordas comentaba en el artículo que enlazaba arriba. Ya estamos como el conejo blanco de Alicia.

Cosas buenas a tod@s.



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