miércoles, 11 de julio de 2012

A escasos siete metros del escenario

Desde luego no fue Miguel Ríos quien lo inventó. La música se hace a los escenarios allá donde va y la remarcable gira del rockero granadino fue una demostración, la enésima, de que juntar cosos taurinos y rock&roll no es combinación que dé lugar a malos resultados.

Todo esto viene a colación de un himno que el otro día volvía a colárseme en la cabeza. Yo tendría catorce o quince años cuando vi por vez primera en directo a quienes me ocupan hoy. Quizás dieciséis, aunque no me salen las cuentas entonces. Después de una etapa de movida madrileña y una de heavy-rock, me vino la pasión por ese rock más callejero y desnudo que defendían grupos que iban desde Burning a La Frontera. Y toda esa generación de músicos tuvo un grupo significativo, posiblemente no el que más cuota de mi tiempo absorbió, pero sin duda uno de los de cabecera: Loquillo y los Trogloditas.

Como tantos otros grupos del momento la música de éstos me vino, via cinta de casette, de la mano de mis primos, todos ellos mayores que yo. Precisamente la canción que traigo hoy es una de las primeras que recuerdo en boca de una prima mía, sacando morritos y frunciendo el ceño balbuceando las estrofas para marcar la frase del estribillo al final. Cuando finalmente la escuché de boca del protagonista la reconocí enseguida, la había estado escuchando cientos de veces en la radio aunque me había pasado casi desapercibida.
Es curioso como hay melodías que se nos pasan por alto hasta que alguien nos las referencía y nos hace prestarles una diferente atención. Melodías que, escuchadas con cuidado, se nos acaban convirtiendo en banda sonora y las arrastramos años enteros sin explicarnos como habrían pasado tantas veces a nuestro lado sin habernos hecho volver la cabeza. Esto, ya pasa, no sólo ocurre con las canciones.

El caso es que aquella tarde de primavera en que asistí al concierto del Loco y los suyos, me pasé buena parte del concierto esperando este tema, con miedo a que no lo hubiesen seleccionado y tuviese que esperar mejor ocasión para oírselo tocar. No sólo me pasó con esta canción, pero hoy es la que nos ocupa.

La tarde empezó a caer y sobre una enorme sábana blanca que cubría el escenario se proyectaron las sombras de cada uno de los componentes del grupo mientras arrancaban los acordes de PiratasSergio Fecé, Ricard Puig Domenech, Jordi Vila y, como no, finalmente, Loquillo. Y allí me quedé con cara de vaca mirando al tren sobre el albero de la plaza. Los ojos como platos. Las orejas abiertas de par en par. A escasos siete metros del escenario.

Cayeron casi todas.
Como me ha pasado en otros conciertos el movimiento de la gente, los saltos, las cervezas... me apartaron del resto (o me aparté a conciencia, o fueron ellos los que se apartaron,... poco importa). Así recuerdo haber seguido y vivido el concierto a mi aire, saboreando la descarga de rock ibérico que me regalaron aquella noche en solitario. Sudando, bebiendo, escuchando, mirando.
Construyendo recuerdos, así se forjan los himnos, algunos tan enraizados en mi subconsciente como este Chanel, Cocaína y Don Perignon. Pura reserva.

Cosas buenas a tod@s.

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