sábado, 2 de junio de 2012

Del montón... de los buenos.

Soy consciente de que la música de cantautor o te gusta o te disgusta, pero rara vez deja indiferente. Como en el resto de cosas de la vida, la segunda sensación viene, en ocasiones, empujada por el desconocimiento, la falta de interés y, por tanto, el descanso en el cliché fácil y el tópico. Que si por "rojo", que si por esa acepción del nuevo milenio de "perro-flauta", que si por "vago", o, como se prestaba más en los 90, que si por "trasnochado" y "pasado de moda", razones todas que nada tienen que ver con la música sino, en último grado, con el individuo mismo. Pero bueno, si no me gusta el árbol, no me como la fruta.

En los años 70 y 80, por "debajo" de los Serrat, Sabina y Aute, había una capa rica y profusa de cantautores en absoluto desconocidos, aunque sí lejos del éxito comercial y la introducción social de los primeros (a menos a nivel estatal). Hablamos de los Labordeta, Ruibal, Ibañez, Llach, ... y, entre ellos, Camacho, Hilario.

Hilario Camacho antepuso la música al hombre y se dejó escuchar en todas las televisiones de España con sus sintonías televisivas, esas que nadie leemos quien compuso. Desde Tristeza de Amor hasta, no es broma, David el Gnomo.

Cantautor de extrema sensibilidad, impuso en sus composiciones un tempo sostenido, alargado, algo parecido a lo que Jordan conseguía manteniéndose en suspenso en su vuelo espectacular a la canasta. Imprimiendo atmósferas en neblina, de fotos con el sepia del paso del tiempo inscrito, generó algunas de las melodías imperecederas en el imaginario de finales del siglo pasado.

Rara vez salía Hilario de esa fabulación de derrotados del amor y añoradores de los tiempos pasados, de soñadores despiertos e incomprendidos. No es común verle aumentar el ritmo para dibujar trazos gruesos y definidos, como en los comics. Su universo se pliega a la tarde, a la noche, a las calles pobladas que encierran el anonimato y la soledad del individuo.

Por eso el tema que traigo hoy es doblemente interesante. Por una lado puede que algún consumidor ocasional no haya llegado hasta él aún, por otro se presenta como una rara avis dentro de la composición del madrileño, habitual, por diferente, en sus recopilaciones. Se llama Madrid Amanece, y es una canción que cumple con el decálogo completo del tema de cantautor urbano de la primera democracia. Amanecer de una nueva etapa, expectación y lírica de lo cotidiano. El regalo estimado envuelto en papel de estraza. Una canción de las cinco de la mañana. En mi caso, otro himno.
Dos versiones, la original de los 80 y la versión acústica que publicó más tarde, quizás, esta última, más cercana a los cánones actuales.

Cosas buenas a tod@s.



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