jueves, 7 de junio de 2012

Acerca de uno que no canta

Llevaba unos días con la idea de escribir acerca de Krahe. A raíz del tema este del juicio por una querella que le ha puesto no se qué asociación (podría traer su nombre, pero volver a la hemeroteca sólo para eso se me antoja cansino) de corte, parece ser, conservador y reaccionario. "Católico de más", que llama uno que conozco (mi amigo Jose Luís, que dice el gran Godoy). La querella viene por haber herido la sensibilidad de cierto número de personas durante la emisión en un programa de televisión hace unos años de un video doméstico en el que Krahe intervino de alguna manera (no me queda claro si lo dirigió, lo pergeñó o lo guionó, o las tres a la vez, o ninguna, no lo sé). El video representaba la preparación de una receta donde se cocinaba un Cristo. Un Cristo sí, un crucificado de esos de colgar en la pared. Total, que se le preparaba sobre un lecho de patatas y se le metía en el horno. Tiene gracia que te tienes que preocupar en meterlo en el horno, pero no en sacarle, ya que al tercer día sale sólo. Esto último, como golpe, lo encuentro bastante bien traido.

Total, que me pongo a leer hace días del asunto y, aprovechando la coyuntura, me dejo caer por los comentarios que anónimos interesados van colocando al pie de la noticia. Como me dediqué a leer diarios digitales de varias tendencias, tuve la oportunidad de tener un poquito de todo.


Con el video se puede estar de acuerdo o no (nunca discuto los gustos). Puede herir o no (no discuto las sensibilidades). Pero lo que si discuto es la vagancia. La perrera. La falta de auto exigencia de algunos individuos que retozan en el lodo sonrientes tirando las piedras con los ojos vendados y volviendo a enterrar las manos en el barro después. Me estoy refiriendo a aquellos que aseguran que Javier Krahe "tiene de artista lo que yo de no-se-que", o que "un pico y una pala habria que darle a muchos de estos que viven de lo que todos sudamos", y, bueno, no sigo, ya conocéis los lugares comunes y los tópicos que pueden sucederse. Hasta el infinito no, porque la gente de tópicos es vaga y acaba pronto. Pero, claro, son muchos y al menos para un rato de lectura da. Rato con la décima parte del cual, muchos de estos conocerían de quién están hablando.

No siento la necesidad de articular un discurso en el que demostrar el conocimiento que acompaña a Krahe ni sus aportaciones al imaginario y a la cultura popular de este país. Por eso me centraré en el Krahe personal que tengo en las cintas y los cedeses de la estantería.

Y empezaré por la primera crítica que escuché de él. Me la hizo una buena amiga a la mañana siguiente de grabarle una cinta del bardo. Nos encontramos y le pregunté. Su respuesta me dejó parado y explico el por qué. Me dijo: "No sé, no canta". La sorpresa no me vino por el sentido de la frase en sí, creo recordar haber pensado algo parecido a "Pues claro que no. Krahe no canta. Has escuchado las letras?". Nunca me había parado a pensar, hasta ese día en que mi amiga señaló la razón con un puntiagudo y maleducado dedo, que Javier Krahe lo que hacía en los discos eran canciones. Nunca las tomé por tales. Creo que aún hoy me costaría entenderlas así. Tampoco sé exactamente que son. No me dejaré caer en la cursilería de llamarles poemas porque no me lo parecen. Son unas declamaciones con música de fondo (usualmente con unos arreglos alucinantes). Y con eso de "declamaciones" suelto un improperio y me quedo tan a gusto.

Krahe abre en sus temas un agujero por el que mirar una realidad paralela desquiciadamente cercana al que observa. La manipula, la manosea, la viste y la desviste con la facilidad que hoy día aplicas filtros de color a una foto digital en la pantalla de tu ordenador. Te canta de lo incantable y de lo que ha sido cantado mil veces. Barnizando de vanal un mensaje profundo que aparece en segundas lecturas. Acaparando el legado cultural de lo vivido y haciendo con ello collages (la he buscado en el RAE) donde se encuentran un marinero suizo, los atados huevos de San Cucufato, un maltratador abandonado o una diosa despampanante de pueblo.

Como a Krahe no se le puede bailar fácilmente, nos queda siempre seguirle agotados mentalmente en la, a menudo, larga dialéctica de sus temas. Dejando sin miedo que intente rompernos los esquemas. Ayudándole a veces a conseguirlo. Aprovechando que, de tanto en tanto, se puede hacer con una canción algo más que pasar tres minutos y veinte segundos de evasión. El sabio griego lo tenía claro: aunque duela, hay que reirse de todo.

Ojalá no se exilie a Francia. Ellos ya disfrutaron a Brassens.

Cosas buenas a tod@s.



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