sábado, 4 de febrero de 2012

Efectos secundarios de La Gramola

Ayer recuperé un pequeño vicio (de los confesables), y volví a dar la tabarra un rato con música diversa en el muro del Facebook. Creo, por suerte, que nadie me ha borrado de su lista de amistades. Al menos de momento.

La tecnología, esa fría dama de mirada inexcrutable, tiene la culpa. Como lo pasé muy bien acompañando el cortado, el chupito y el cigarro de Vegafina con los acordes del rock y los comentarios de los colegas, pensándome estoy en serio el pasar por algún supermercado (o donde demonios se compren estas máquinas), soltar la mosca y dejar que el último Dual Core de turno entre a formar parte del mobiliario doméstico.

Pero, particularidades aparte (¿por qué "aparte" se escribe junto? no hay forma de generar reglas pnemotécnicas así), ayer me decanté por el rock urbano patrio, esa extraña subcategoría con marchamos de tortilla de patatas y jamón serrano con Rioja.
Y lo hice con bandas como Leño, Barón Rojo, Obús, Extremoduro, Platero y tú o los Burning.

Como precisamente estuve hablando por la mañana de los hermanos Castro y tarareando (mentira, canturreando el estribillo) el "Picos de Oro", se me ha ocurrido esta mañana al despertarme, que se merecerían, tanto como cualquier otro grupo, tener cuanto menos una mención en esta amalgama de "pseudo-artículos" (como los llama un antiguo buen amigo, hoy mero "conocido lejano").

Conocí a los Barón por los vinilos de mi hermano. Él fue quien me enseñó a tener la paciencia de escuchar las letras. En reconocer ese fondo que el rock de finales de los setenta se afanaba en incluir en todas las canciones en este país recién salido de la nevera, la cara oculta de una moneda que presentaba por su otro lado el hedonismo, la superficialidad y la frugalidad del movimiento Movida personificado en, Kaka de Luxe a la cabeza, los niños bien de la burguesía madrileña.


El rock urbano nació en la periferia, en los barrios obreros de la capital, en La Elipa, en Vallecas, en San Blas, en Carabanchel. Se adueñó de los garitos más infectos y, sobretodo, de la calle, de los parques y de las plazas. Lo recogió el sello Chapa y lo amamantó hasta convertirlo en un consistente aunque secundario oscuro objeto del deseo. La parte positiva es que ha sobrevivido a todos los demás. Aún se puede escuchar a los Barón en concierto. Ni Derribos Arias, ni Aerolíneas Federales ni Parálisis Permanente (snif Poch), pueden decir lo mismo aunque fuera a base de alineaciones diferentes a la original. Y no creo que esto sea demérito de los que se quedaron en el camino, pero sí que es cromosoma de los que resistieron. Por no saber hacer otra cosa, por vivir el rock más allá de la industria, por entenderlo como una elección igual que el cirujano secciona tejidos en silencio o la panadera descarga bandejas de medias lunas de madrugada.

Los Barón Rojo aparecen en escena tras la salida de los hermanos Castro (Armando y Carlos) de un grupo previo, Coz. Coz, en sus inicios, fue banda de sonido metalero en sentido estricto. Junto a los Castro se encontraban Tony Urbano (que acabaría más tarde llevando el bajo de los Leño) y Juan Márquez, que fue el verdadero alma de los Coz como tales, y que fue quien los llevó a la comercialidad por la transformación hasta conseguir ese rock and roll delicioso y sentimental que es Las chicas son Guerreras. Para entonces los Castro habían saltado por la barandilla y nadaban camino de otra orilla.

En 1980, uniéndose a Hermes Calabria y a José Luis Campuzano, dan a luz al gran nombre del metal español (como particularidad y espacio dentro del rock). Y con ellos llegó el espectáculo. Los estadios, los watios, el show business aplicado al rock. Ellos y Miguel Ríos abrieron los estadios de futbol y las plazas de toros al rock multitudinario con un único cabeza de cartel. Larga vida al rock&roll, Volumen Brutal, Metalmorfosis, En un lugar de la Marcha o Siempre estáis allí han quedado para demostrarlo.

Recuerdo un comentario en la radio de la época en que los Héroes del Silencio comenzaron a vender discos de forma notoria en Alemania. Ante un corrillo de contertulios encantados de haberse conocido, alguien, ni idea de quién, apostillaba que no estábamos ante una acontecimiento singular en la música popular ibérica. Ya años antes un grupo de aquí se había encaramado a las listas alemanas y británicas. En aquella ya lejana primera mitad de los 80. Y no era otro que los Barón Rojo.

Larga vida al Barón.

Cosas buenas a tod@s.



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