jueves, 3 de mayo de 2012

Cerrando círculos

Hace cosa de cuatro años me encontré por vez primera con Vinicius de Moraes de forma tranquila, reposada, asimilando uno de sus discos durante los 4-5 días que me doy para ir desgranándolos. Fue en una grabación que hizo en un café argentino llamado La Fusa y junto a Maria Creuza y Toquinho. Aquel primer acercamniento a su figura me sedujo como sólo pueden seducir aquellos que han hecho del mundo su casa y exhalan en sus palabras experiencias vividas en primera persona, historias que contar. Aquel círculo que abrí con la mencionada grabación lo cerré la semana pasada con otro trabajo de similares características, con el mismo escenario y el mismo acompañamiento a la guitarra, pero con la voz, en esta ocasión, de Maria Bethania.

No sé si conocéis un poquito la figura de de Moraes, pero creo que es importante decir cuatro cositas sobre él para entender el disco de una forma más cercana. Este brasileño nacido en Rio de Janeiro allá por el 1913, tuvo (murió en el 80) una vida marcada por dualidades, bifurcaciones en el camino, cambios que aparentemente siempre acometió avanzando, metamorfoseándose y adaptándose al nuevo entorno consiguiendo sacar algo a rédito. Comenzó siendo un animado simpatizante de la derecha católica brasileña para acabar convirtiéndose en un izquierdista convencido, capaz de despertar los deseos más húmedos de su compañero de andadas en sus incursiones tempranas en la literatura pasó hasta ocho veces por el altar (con otras consecuentes ocho mujeres) antes de morir. Poeta antes (y más) que músico, bebedor de whisky (me niego a escribir güisqui) empedernido, decía que éste era el mejor amigo del hombre (es un perro embotellado, llegó a afirmar). Diplomático de oficio, como lo fue el de censor, organizador de festivales de cine, vividor, cosmopolita, con una capacidad de comunicación fuera de los parámetros al uso. Un tipo seductor en toda regla.

De Moraes comenzó con la poesía y la literatura, y no fue hasta más adelante que la música se cruzó en su camino. Lo hizo primeramente de la mano de amigos, en reuniones privadas. Compartiendo bebida y cigarros con Sergio Buharque de Holanda en Roma o con Antonio Maria en Rio. Lo hizo de la mano de un pianista no demasiado conocido por entonces llamado Antonio Carlos Jobim. La combinación Jobim-Moraes generó un acercamiento singular a la samba, una revisitación de la misma de la que sería tremendamente injusto omitir los nombres de Joao Gilberto y Chico Buharque de Holanda. Todos, cada uno a su manera y su modo, en aquella revisión del género popular por excelencia en Brasil, dieron lugar al nacimiento de un ritmo nuevo: la Bossa-Nova.

Vinicius de Moraes, hombre de mundo, gustaba de convocar a amigos y conocidos en ambientes íntimos, limitados, donde compartir la emoción de la música y de las vivencias ligadas a ella. Siempre con su scotch a mano, siempre con su fácil discurso entre temas, introduciendo a los intérpretes, rememorando anécdotas, comentando vivencias, despertando la sonrisa en las caras de los embelesados asistentes. Un auténtico y embrujante amo de ceremonias al que entregarse. Precisamente una de esas sesiones fue la que se recogió en el disco que estuve escuchando. He tenido suerte y he encontrado el corte que buscaba en goear. Creo que define a la perfección el espíritu del disco, la entrada verbal de de Moraes, y el sonido genial de la guitarra de Toquinho detrás. Sólo cabe que os imaginéis sentados junto a una baja mesa de madera, en un local a media luz, cargado de humo, con una copa mediada, un carraspeo de garganta de fondo, un murmullo quizás, un juego de vasos recogiéndose de una mesa, y vinicius que se acerca al micrófono retirando de sus labios un recuerdo de humedad del whisky para empezar así...



Cosas buenas a tod@s.

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