martes, 13 de marzo de 2012

Lo nuevo y lo viejo

No creo que lo nuevo sea peor que lo viejo.
Partiendo sobretodo de que lo viejo, un día, fue nuevo. Sin remedio.
El tiempo puede haber filtrado, depurado, dejado muchas cosas en la cuneta. Por ello lo viejo juega con la ventaja del efecto. Lo nuevo no. Nos llega sin avisar y tenemos nosotros que filtrarlo.
Pero, si lo miramos así, lo nuevo nos hace más libres que lo viejo. Nos ofrece más libertad para escoger. Nos trata como personas adultas con capacidad para emitir un juicio sin temer estar derrumbando las murallas de Jericó.

Pero hay momentos en que lo nuevo y lo viejo se dan la mano. Hay cosas que consiguen conectar desde el primer momento. Y algunas de estas cosas esconden dentro de su interior muñecas rusas de cosas pasadas.
Es el caso de una serie que no he visto jamás, pero cuya música adoro.
La serie se llama The Wire, y no la veo porque hace tiempo tuve que escoger a qué dedicaba mi ocio y la televisión se quedó por el camino. No me malinterpreten por favor. No es un caso de esnobismo condal. El medio no tiene la culpa y generalizar el continente al contenido sería un pecado mortal de necesidad. Simplemente lo he tenido que aparcar.

Me alcanza que la gente que construye con su talento esta serie ama la música. Aunque lo negasen, las arrugas traicioneras de la media sonrisa les delatarían. Si no me extiendo demasiado puedo volver a poner algo otro día que tenga que ver con esta serie. Hoy voy a poner una sola canción. Y hablaré de cuatro personas.

Las dos primeras se llaman Felipe Couselo y Diego Cardeña. Las segundas Salomon Burke y Van Morrison.

Los dos primeros llevan ya tres años poniendo banda sonora via podcast a mis silenciosos desayunos de las seis y media, via auriculares mientras todos duermen; a mis kilómetros de carretera en zapatillas cada viernes, cada domingo; a mis podas anuales de macetas y mis juegos de mecano de estanterías y cambios de bombillas. Los sigo con retardo, en la distancia, pero indefectiblemente. Traen músicas de aquí y allá de forma anárquica y lo mismo te recuerdan lo que has olvidado que te abren una puerta a alguien nuevo, con la misma naturalidad y el mismo lenguaje del que mira las cosas sin prejuicios y alarga la mano para tocarlas. Ellos, los dos culpables, comienzan el proceso intrincado y escondido que siguen las ideas para acabar aquí estampadas. Al menos en el post de hoy. Podéis seguirles en la radio si no tenéis otras cosas que hacer a las tres de la mañana, o podéis descargaros sus programas aquí.

Los dos segundos le dieron al soul nombre y estilo. No son los únicos, pero esta música no sería lo mismo sin ellos. A Solomon Burke le he escuchado lo justo, poco puedo hablar de él que no se pueda seguir filparranda de una hoja de wikipedia. Lo poco que le  he oído me basta para enfilarle con el punto de mira del que colecciona cds como quien acude a confesarse a la iglesia. Con Van Morrison la historia es otra. Un día hablaremos más pausadamente de cosas como el Astral Weeks, o de himnos que apareceran en un futuro aquí mismo, como el Brown eyed girl. Un sujeto imprescindible, ejemplificador de la fabricación de un sonido.

Y, al final, lo prometido. Un tema enorme del de Belfast interpretado por el obispo del soul. Una canción que suena como lo haría una masa enorme que se moviera sin prisa. Como hacen los relojes y los trasatlánticos.
Cosas buenas a tod@s.

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