sábado, 14 de abril de 2012

Tin Pan Alley

En el último post hice una referencia a este nombre y creo que era de recibo desarrollarlo, como mínimo, unas líneas más. El Tin Pan Alley.

Unas cuantas son las ciudades con caracter marcadamente musical que hay en los Estados Unidos. Pero una de ellas ha tenido siempre un caracter muy vinculado a la parte industrial de la misma, especialmente en sus primeros años, Nueva York.

Hubo un tiempo donde la música se entendía como un conglomerado de factores que acababan convergiendo para dar, como fruto, una canción. En esta época cada persona responsable del éxito de un tema tenía una misión específica dentro de la elaboración del mismo. Había un compositor, había un letrista, había un editor y, por supuesto, había un intérprete. Cada uno debía de tener una grado significativo de excelencia dentro de su campo con objeto de aumentar las posibilidades de generar un hit que llegara al público general y consiguiera un beneficioso número de ventas.
Luego, en ocasiones, se unía el hecho de que algún privilegiado era capaz de juntar varios de estos roles a la vez, especialmente el de compositor y letrista. Raramente el de intérprete con los otros dos. Fue en la década de los 50 cuando comenzó a generarse el papel del compositor-intérprete, la persona que no sólo era capaz de generar una melodía y darle cuerpo lírico, sino que además tenía la capacidad vocal y escénica como para interpretarla frente a una audiencia.

Los que se ganaban la vida exclusivamente componiendo o dando letra a las canciones vieron en esta nueva tendencia una clara amenaza a su estatus además de una evidente pérdida de calidad en las composiciones. Pudiera ser que algún iluminado apareciese con capacidades para deslumbrar en todos los aspectos, pero, en general, la falta de conocimiento o talento en alguno de esos apartados acababa repercutiendo en un producto lejos de la altura de los trabajos corales.

El impacto de este cambio ha llegado hasta el día de hoy, donde parece lo más natural del mundo que las personas que interpretan un tema sean los responsables de su creación. Pues bien, esto no fue así, como contamos, toda la vida.

En aquella prehistoria de la música popular americana, hablamos de comienzos del siglo XX, la grabación y comercialización de canciones de corte "ligero" comenzó a constituirse como una industria en ciernes capaz de generar píngües beneficios para sus inversores. Fue la época en la que empezaron a juntarse compositores y letristas y a fabricar obras para editores que se encargaban (bien a priori, bien a posteriori) de encajarlas con conocidos intérpretes o con nuevas figuras. Como si de un acto gremial medieval se tratase, la parte más notoria de esta masa de compositores fue concentrándose en Nueva York en un tramo de la calle 28 entre la Quinta Avenida y Broadway.
En un tiempo donde la guitarra se consideraba un instrumento de calidad menor para presentar composiciones ante el respetable público, decenas de baratos pianos verticales se amontonaban en las habitaciones donde estos compositores consumían cajas de cigarrillos y botellas de bourbon.

El verano en Nueva York es caluroso. Esto les hacía mentener las ventanas abiertas mientras aporreaban o acariciaban (que de todo habría) sus teclados. Para el casual paseante de la 28, aquel estruendo se convertía en una mezcla perturbante de sonidos entremezclados difícilmente identificables. Como si toda aquella gente se dedicara a golpear cazuelas de lata en sus habitaciones.
Como en tantos otros casos, fruto del azar o la providencia, aquella expresión cuajó, y al montante de estos compositores se les dío el apelativo genérico de Tin Pan Alley (El callejón de las cazuelas de lata).

Algunos de sus más ilustres integrantes ya han pasado por el blog (como Irving Berlin o Walter Donaldson), y otros lo harán en un futuro (sin lugar a dudas gente como Cole Porter o George Gershwin).

Un par de ejemplos de productos exquisitos salidos de esta "factoría". Un poquito de Duke Ellington interpretando una melodía de Lawlor y Blake (de 1894!) llamada The sidewalks of New York (Las aceras de Nueva York) y un regalo de Al Jolson interpretando el Give my regards to Broadway (Dale recuerdos a Broadway de mi parte) de George M.Cohan.

Cosas buenas a tod@s.


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