sábado, 7 de abril de 2012

Horas

Involuntariamente los últimos posts del blog podrían hacer pensar al visitante ocasional que ha llegado a un lugar donde todo gira en torno al rock de una forma u otra. No es la pretensión del que escribe. Es cierto que he escuchado más de este tipo de música (en el sentido más amplio de "estilo") que de otras, pero ni ha sido en exclusividad nunca, ni es precisamente la intención para el futuro.

Por eso, hoy, traigo a un musicazo enorme que nada tiene que ver con Willie Dixon, con Marc Bolan o con Gregg Allman. Se trata de Jorge Drexler.

Drexler es un cantautor uruguayo nacido en el 64. Le vi por primera vez en directo en una introducción que le hizo Joaquin Sabina. Como yo era joven, andaba como andaba, y lo que me apetecía era escuchar al de Úbeda, apenas le presté atención. Un descuido imperdonable que da buena fé de mi incapacidad para ganarme la vida buscando talentos en la cosa esta de la música.

No tengo ni la más remota idea de cómo llegó a mis manos el primer álbum de este hombre. Sí sé que me enganchó y me deslumbró. Me esperaba algo en la línea guitarra y voz. La nueva ola noventera de cantautores españoles (Ismael Serrano, Javier Álvarez, Pedro Guerra, Inma Serrano, ...) había traido justamente eso, y torpemente ligué un concepto y otro y di por supuesto lo que no debía. Porque Drexler es, ante todo, un músico exquisito. Su sentido de la melodía, su conocimiento de los instrumentos, su falta total de prejuicios a la hora de incorporar cualquier tecnología a la composición y sus influencias en unos ritmos no tan usuales a este lado del atlántico, hacen de sus trabajos un compendio entendible pero intrincado de notas, de compases y de silencios.

Desde aquel inicio tomé el hilo y fui tirando. Descubriendo más temas. Cada trabajo de Drexler que me encontraba era una caja negra que descifrar. Cada canción una incógnita respecto a la que no sabías por dónde podía tirar. Qué elemento nuevo incorporaría o qué ritmo introduciría para contar aquello que pretendía. Si hay algo que Drexler no es, es presivible.

Le veo más diferenciación con respecto al resto del panorama en lo musical que en lo lírico. No porque sea un mal escritor (ni mucho menos). Tiene en este aspecto un factor que me gusta encontrar, la incorporación de elementos y objetos contemporáneos en su música. En el ambiente anglosajón gente como Bob Dylan ayudó mucho a esto. En el latino no hay que rascarse mucho la cabeza para ver en Sabina un referente excepcional. Cuando hablo de "elementos contemporáneos", me refiero a cosas como la que traigo al blog hoy. Cómo describir la sensación de colgamiento que sucede al flechazo y te lleva completamente imbécil durante el enamoramiento sin recurrir a estanques y patos, a atardeceres y paseos, a noches infinitas en moto ni a ningún lugar común (arqueotipo del romanticismo) sacado de los miles de temas que hay al respecto. Drexler escoge dos ordenadores y los mete en una melodía que es todo menos fría, funcional o programada. Te cuenta su historia, te la crees y, posiblemente, ni te hayas enterado del vehículo que usó para contarla.

Traeremos más de este hombre por aquí. Ésta, por motivos personales, es todo un himno, pero yo, a la gente que tiene un óscar encima de la repisa de la chimenea, les tengo una envidia atroz y una ojeriza terrible. Nos pasa a los que somos pequeños y no damos para esos niveles. Especialmente nos pasa con aquellos que se lo merecen porque se lo han ganado a pulso y, qué cojones, son sencillamente buenos.

Cosas buenas a tod@s.


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