miércoles, 10 de abril de 2013

El anverso de la diva

Las "divas" son poco santos de mi devoción. Ese aire de pagadas de sí mismas, esa altanería, ese orgullo mal entendido y ese pavoneo desmedido me cargan. En ocasiones tengo que hacer el esfuerzo por ignorar todo eso y centrarme en su música. Y es que las divas, de tanto en tanto, esconden músicas excepcionales.

Si comenzase una lista de divas estaríamos un rato y tampoco es el objetivo del post, es sólo su arranque. Podría, así, a bote pronto, mencionar a Rocío Jurado, a Kylie Minogue, a la mismísima Madonna... las más inteligentes de ellas alimentando un personaje tras el cual parapetarse, otras, las más pequeñas de espíritu, viviendo el personaje mismo y confundiéndolo con su propia existencia.

Nos acaba de dejar Sara Montiel. Qué duda cabe de que Saritísima era una diva. Con toda su parafernalia encima, con sus excesos innecesarios, sus poses, sus almibarados gestos, sus elocuentes insinuaciones. Sara podría hacerme cambiar de canal en segundos. Huir de ella como alma que lleva el diablo hacia territorios menos plastificados y brillantes.

Sin embargo un día descubrí el anverso de la diva. Sara tuvo la inteligencia, llegada cierta edad, como para reírse de sí misma. Y entonces logró que la mirase con otros ojos. Su muerte llena mi móbil de tweets con anécdotas y recuerdos de gente alejada de lo que cabría entenderse como su entorno primario. Relatos de acciones de la diva con los rulos puestos y la cara "lavada" (si es que alguna vez llevó Sara Montiel la cara "lavada"). Y es que Sara tenía un lado punk que se destapó con la edad. Esta parte sí me cambió la forma de verla. Cuando la gente de su generación pasó de alabarla a preguntarse en voz alta si esta señora no debiera de estar ya metida en su casa y dejar de hacer el ridículo. Pero Sara no se quedó en su casa.

El caso es que, a mi juicio, nunca cantó bien. Era más "artista", en el sentido más genérico de la palabra, que cantante. Lo cual no deja de ser una parte importante a la hora de subirse sobre unas tablas. La teoría del frontman. La Montiel, aquí sí, era una frontwoman de primer nivel. Eso que ahora encuentro tanto a faltar en la mayoría de las propuestas al alcance del españolito medio (que, en la era de internet, es el habitante-del-mundito medio).
Sara solía pedir al pianista que bajase la escala en sus interpretaciones porque no llegaba a las notas altas. Su voz se alejaba de la norma de la época. Frases anecdóticas como aquella en que el pianista, en el ensayo de los temas de El último cuplé le respondía "si seguimos bajando, nos sentamos debajo del piano". Pero Sara, o quien fuera que confió en ella en ese punto (no he llegado hasta ahí aún), acertaron. Se metieron en el barro y salieron enfangados pero victoriosos.

En mi ración de ayer de los cuarenta minutos que tengo de televisión al día (cuando llegan) me topé con las imágenes de su entierro. Bueno, en fin, cosas de las divas, que arrastran masas y el beneplácito de gobiernos afines que en determinados momentos o bien se sirvieron de ellas como medios propagandísticos, o bien las utilizaron para distraer la atención del vulgo de los temas acuciantes y onerosos. Demasiado para mí tanto alboroto, yo, que decidí hace ya unos años dejar de atender los grandes conciertos de los primeros espadas en pabellones para salvar horas de cola pre y post adquisición del ticket de entrada.

No puedo marcar este post como "charco". La forma particular y errónea de cantar de Sara esconde personalidad de sobra para sacarla a flote.

Aquí la dejo con aires argentinos que Le Pera y Gardel (ya tardamos en traer a estos) empaquetaron en El día que me quieras.
Descanse en paz.

Cosas buenas a tod@s.


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