martes, 8 de enero de 2013

Nota: Bakersfield.

Miguel Martínez nació en la ciudad donde yo vivo actualmente. Escribe sobre mil cosas y entre ellas sobre música. Me encantaría que no fuera así, pero no nos conocemos. De hecho él no tiene ni noticia de mí. Pero una de las cosas que Miguel Martínez escribió llegó a mis manos. Enterrada entre otras tantas que recopilaron Javier Blánquez y Juan Manuel Freire y editaron bajo la etiqueta de Teen Spirit, De viaje por el pop independiente. (Segunda recopilación que me aprieto del amigo Blánquez tras el imprescindible Loops, Una historia de la música electrónica.).

Pues Miguel Martínez hace, yendo aquí y allí por eso que llaman algunos alt-country y otros americana (si bien él insiste en su diferenciación), una apreciación que me parece muy interesante. Enfoca de una forma original y coherente la transformación del estilo clásico (country) en lo que a día de hoy nos encontramos. Habla de dos movimientos que perturban el sistema desde dentro, haciéndole ensanchar sus fronteras, modificándolo. Y les pone nombre. Bakersfield y Outlaws.

Bakersfield es una ciudad californiana de unos trescientosmil habitantes donde, en su página web, se puede leer cómo el jefe de policía comenta el incremento en la tasa de crímenes en la localidad o cómo Olivia García informa acerca de los acontecimientos relativos a la Cámara Hispana de Comercio. Sin embargo Bakersville tiene petroleo.
El petroleo es una de esas cosas que necesitamos para casi todo. Eso significa dólares, y los dólares son el mejor cebo para pescar hombres. Hay gente capaz de vivir sin alcohol, incluso sin sexo. Sin dólares (propios o ajenos) no.

Cuando llegó la Gran Depresión a los Estados Unidos, miles de personas de las zonas rurales se vieron enfrentados cara a cara al fantasma del hambre. Esto provocó un movimiento migratorio desde las amplias zonas agrícolas de los estados del centro hacia las zonas industriales y con recursos. A pueblos como Bakersfield comenzaron a llegar hombres rudos hechos a base de interminables jornadas de labranza, con manos preparadas para trabajar y espaldas con que soportarlo. Gente con gustos instintivos y ásperos. Alejados de los suaves sonidos del country clásico. Deseosos de quemar la última adrenalina del día en alcohol, empujados por la niebla del tabaco y agitados por el barullo de la música. Una música que no podía parecerse a las románticas baladas country al uso.

Y ahí aparecieron dos figuras. Dos elementos ligados a la parte sociológica de la cosa ésta de la música. Sus nombres: Buck Owens y Merle Haggard.


No puedo decir que ninguno de los dos haya acompañado mis horas desde antiguo. Lo que de ellos conozco me viene por escuchas de radio y lecturas a deshoras, pero el amigo Martínez va a ser el culpable de que comience a indagar más en profundidad sobre ellos. La lista del "debe" es infinita. Cuanto más escucho más crece.

Este post es el capítulo uno. En el siguiente capítulo, cuando sea que suceda, hablaré un poquito más (con algo de conocimiento incluso y si es posible) del señor Owens y del sonido encandilante de su Fender Telecaster.
De momento, una tapa.

Cosas buenas a tod@s.



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