domingo, 10 de marzo de 2013

Espacio para la digresión

En ocasiones comienzo poniendo título al post y luego me lanzo a escribirlo. En otras no ando tan despierto y primero escribo lo que se me va viniendo a la cabeza para, finalmente, buscarle un encabezado, como si de rellenar la tarjeta de entrega de un regalo se tratase.
Hoy empecé por el título porque tengo claro el concepto que quiero transmitir. La falta de acuerdo respecto al álbum que escuché esta semana. De ahí el uso de la palabra digresión, que viene a significar el acto de romper la línea del discurso para introducir un motivo que no tiene que ver con el que seguía la exposición original.

Los que me llevan hasta esa digresión son los que escriben sobre Porcupine, el que fue tercer trabajo de los británicos Echo and the Bunnymen. Tanto si voy a allmusic, como si abro mi ejemplar del 1001 discos... de Dimery, como si leo la Wikipedia o si recupero artículos de esos que tengo grabados o impresos, soy incapaz de encontrar una lectura uniforme sobre este trabajo. Lo que me queda clara es la polémica que despierta. Sin embargo le da espacio a uno a leer frases tan encontradas como que es un trabajo de fácil escucha hasta que necesita de repetidas dosis de dedicación para acabar encontrando el significado último que la justifica.


Y a mí, tanta enjundia sobre un disco al que no he dedicado por causas propias (con la cabeza en otros sitios) y ajenas (escuchar música en un coche cuando llueve no es nada práctico ni útil) la atención necesaria, me genera confusión. Entre lunes y miércoles a mediodía las canciones sonaron bajo el golpe de la lluvia sobre el techo sin que fuese capaz de diferenciar más que las líneas mayores. De entender algo de lo que el señor Ian McCulloch decía ni hablamos. Aún así no interrumpí la radio. El miércoles por la noche la lluvia dio un respiro y pude por fin acercarme al sonido del LP de los de Liverpool. Y la verdad, la primera impresión fue estar escuchando a un David Byrne pasado de vueltas en un disco oculto de las cabezas parlantes. Lo que me costó encontrar fue a los autores de ese Ocean Rain que tantó me gustó.

Así que la primera lectura que traje fue que las canciones de este trabajo del 83 con producción de Ian Broudie eran meros pasajes de post-punk sin nada nuevo que aportar a la escena. Por lo que leo erré el tiro de pleno. Tendré que hacer los deberes y bucear en las letras de un atormentado McCulloch. Quizás lo que me confunde es el trabajo de producción que llevó a la banda a grabar el álbum por segunda vez incluyendo arreglos más comerciales cara a satisfacer a la compañía. Una decisión a la que sólo se opuso el guitarrista, Will Sergeant, y que, todo sea dicho, me quedaré con las ganas de escuchar para saber cómo se enfocaron y parieron primitivamente estas canciones.
Reconozco que los toques orientales de Sitar no acaban de quedar mal, pero en las primeras escuchas me chirriaban sabiendo que escuchaba a quien escuchaba.

En definitiva, que me deja algo tibio este trabajo de una banda por otro lado muy interesante. El regusto a ejercicio de marketing (con la aparatosa foto de portada incluída subiendo a Islandia a jugarse la vida en un paisaje helado) no me lo quita el pasado quetengo con ellos. Podrá aparecer en todas las selecciones de discos fundamentales del mundo, pero a falta de un acercamiento mayor, lo voy a dejar en el ipad pequeño que no cojo a menudo, o en una carpeta nueva que abriré: segundas oportunidades.

Poco he hablado de música, es lo que tiene la digresión.
El video de abajo contiene The Cutter en el inicio. Luego se queda en blanco más de dos minutos. Lo he elegido porque es el que ha tenido el sonido que me ha parecido mejor. En cualquier caso, una vez acaba la canción, siempre puede introducirse en la barra del navegador una dirección más interesante y leer, por fin, cosas de música.

Cosas buenas a tod@s.



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