domingo, 9 de diciembre de 2012

Despertarse, mear, beber café, oír una canción

Cuando consigo juntar varios días de vacaciones pero, por no ser suficientes, decidimos no ir a ningún sitio y quedarnos en casita, se produce el efecto furtivo matutino en que me despierto con la casa a oscuras (siendo, como es, diciembre) y en silencio. A hurtadillas salgo de la cama, paso por el lavabo, me preparo un café y me vengo a la pequeña habitación donde tengo el ordenador. Intentando no interrumpir el sueño de nadie.
Me siento, enciendo el aparato, conecto los auriculares, y comienzo a pasar un dial cerebral donde encontrar una canción que me encaje entre la cafeina y las aún adormecidas neuronas.
Esto de que levantarse y venirse a escuchar música sea todo uno, defiende mi mujer que forma parte de un trastorno obsesivo-compulsivo aún por diagnosticar. Yo lo llamo aprovechar el silencio.

Me ha traído otro recuerdo a la cabeza. Cuando era niño realizábamos en ocasiones viajes en coche de varias horas (hablo de ocho, nueve horas). Mi padre dormía mal la noche anterior y cuando se cansaba de la duermevela nos hacía a todos subir al Renault 8 y tirar millas. A veces eran las cinco de la mañana. Cuando ya tuve cierta edad me pedía que estuviese en el asiento del copiloto y que me encargase de que no faltase la música. Esto venía a significar, a fin de cuentas, que estuviese atento a cuando la cinta había dado la vuelta para cambiarla por otra. Podía decidir, pero dentro de un abanico formado por Julio Iglesias, Carlos Cano, Maria Dolores Pradera, diferentes intérpretes de copla, Raphael, ...

La sensación que tenía entonces no es tan diferente de la que me sobreviene ahora. Buscar las coordenadas que mejor encajen con la actitud cerebral bajo cero del recién despertado.
Llegué a la conclusión de que no existe la canción perfecta para esos momentos. En ocasiones la materia gris necesita silencio y cualquier música viene a perturbar ese remanso de paz solicitado, acelerando el despertar y poniendo en marcha la luz roja de la atención.

Tiro del recuerdo para traer al blog a un autor que podría ser un charco si no lo pensase lo suficiente, pero que creo que es más, o al menos fue más, que el personaje que nos llega a todos. Hablo de Julio Iglesias.

Me interesa bastante el Julio Iglesias de los comienzos, el que superó el accidente, el de los pubs ingleses, el que acudía con su guitarra a los espectáculos, el de los primeros festivales.  El que se puede encontrar si se escarba bajo el personaje parodiado hasta la saciedad. El Julio Iglesias de la segunda etapa, me refiero al Julio Iglesias que se comió a Julio Iglesias, no me interesa ya tanto. Lo pone más fácil para que mi atención se escape hacia otro sitio. Podía haber sido más, como un Elvis veguero y trasnochado, pero no quiso, y, en lo personal, es de respetar.

Escuché algunos discos de Julio Iglesias en aquellos viajes. Pero si se trata de la primera vez que lo traigo al blog, vaya con la canción que le significó la puerta que le abrió los platós de Televisión Española y los oídos del españolito medio: La vida sigue igual.
Con ella ganó el Festival de Benidorm de 1968 y con ella obtuvo el contrato de Columbia.

En el vídeo de la canción, más abajo, se le ve en una actuación para televisión promocionando su actuación en el Festival de Eurovisión de Amsterdam del 70, si bien allí no fue con La vida sigue igual, sino con Gwendolyne. Pero esa es otra canción.

Cosas buenas a tod@s.


No hay comentarios:

Publicar un comentario