domingo, 25 de agosto de 2013

Talento y pelotas

Las consecuencias son habitualmente hijas de muchos padres.

Le decía, más o menos, Ilsa a Rick: "el mundo se desmorona y tú y yo nos enamoramos" mientras los alemanes se cernían a las puertas de París. Escogemos una parte menor de lo que nos ocurre, por más que pretendan hacernos creer lo contrario. Seguramente por eso vuelvo hoy al blog.
Extirpada, como si se tratase de una biopsia figurativa, la necesidad de continuidad en el mismo (meses me ha llevado), encorbo de nuevo la espalda sobre el teclado y me amorro a la botella del licor mas enganchoso, ese que cuenta que alguien te lee una vez escribes. Esa retroalimentación que te demuestra que has dejado por unos minutos de ser un personaje de la Universal de los años 30, digamos... Claude Rains.
La mise en place se complementa con el capítulo uno de una serie americana, un libro clarificador sobre los efectos del siglo XX en la música clásica y la escucha de unos que viven dos puertas más allá de la mia, y que han tenido el talento y las pelotas de versionar y pasear por España uno de los grandes roscos de la historia de la música popular. Y, ahora, el pincel de las acuarelas...

El Jueves por la noche mi guarri y yo le dimos al play y nos sumergimos en la ficción gamberra y sofisticada de Californication. Si la han visto ya saben de qué hablo. El tipo de Expediente X fantaseando que camina hacia una iglesia para recibir la inesperada felación de una monja (me jode cuando no soy el primero en algo). Un coro celestial apunta (me hubiera gustado utilizar "farfolla", pero no sería exacto) los acordes de un himno personal. Luego una escena de cama, un marido cornudo cabreado y Hanky saliendo escupido con su Porsche tuerto bajo (plano picado) los embalsamadores acordes de You can't always get what you want. Se me ocurren formas peores de comenzar una serie.


Alex Ross es un tipo que sabe de música. Su primer libro se tituló All the rest is noise. Aquí un snob decidió traducirlo como El ruido eterno (ignoro si por algún transtorno onanista chandleriano). Me lo regalaron el pasado Sant Jordi y este verano me llegó la hora de aguantar la respiración y meterme en sus movidas. Ahora escucho La consagración de la primavera mientras busco más capítulos de Californication por canales de la red. Yo no hacía estas cosas antes, lo juro. Sacaré historias de ese libro que traeré cuando me dé la gana (o me lo tomo así o no vuelvo a escribir en la puta vida), perdón, quería decir cuando a mi jefe le dé la gana. Desde la movida punk de Schoenberg (ya nos podemos reir de McLaren) hasta esa Leningrado de Shosktacóvick sonando ante el ejército alemán en puertas.

Y el tercer punto de apoyo que delimita el plano de la tabla que nunca cojea: los Señor Mostaza y, perdón por la insistencia, su talento y sus pelotas para tocarse el Revolver de los sinritmo sin complejos ni papeles de fumar con que agarrar pequeños apéndices. Hoy hemos comido los tres con ellos de fondo... bueno, no tan de fondo. Diagnóstico: Olé. Por mil razones. Eso sí, creo que me costará volver a pasar por ahí (y es que una cosa no quita la otra). Les reconozco el mérito pero cosas como las de And your bird can sing o Here, there and everywhere.... ay!, me movía en la silla como si la tanga me estuviera dejando marca en la rabadilla (y eso que hoy, ayer tampoco viciosillos, no comía en tanga). Estuve colgadete con los Mostaza este verano con un tema que me llamó mucho la atención cuando lo oí: Momento Garci. Conozco alguno que, si no la ha oído, la transformará en canción del Septiembre particular. Musicazos.
Como no encuentro sonido potable en youtube, versión del Spoty:
Señor Mostaza – Momento Garci

Poco más. A ver si no tardo otros cuatro meses en volver a escribir algo.  Y a ver si algún feedback benefactor empuja a mi vanidad a llevarme a ello.
Cosas buenas a tod@s.

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