Hay carreras que se expanden como el helio. Hay artistas con una capacidad de creación tal que cualquier intento de cubrir su obra con un mínimo de dedicación por mi parte es en vano en mi situación actual. Y ayer, leyendo a Juanjo Ordás en Efe Eme me di cuenta del asunto.
He estado esta semana escuchando un disco que hacía tiempo tenía en ese cielo de futuras alegrías que es la discoteca pendiente: Licenciado Cantinas de Bunbury.
Porque, además, es la de Bunbury una de esas reinvenciones que miro con interés, con sorpresa y con alegría. Reinvenciones que en una determinada generación han derivado curiosamente hacia sonidos latinos, sones caribeños, percusiones americanas adornando letras pasionales, trágicas en ocasiones.
Y viene aquí Enrique a juntar un puñado de temas de tipos tan desconocidos para mí como Louie Ortega o Pablo Casas Padilla. Y, claro, esto transforma el rosco en un trampolín hacia nuevos territorios, justo lo que mi maltrecha disponibilidad necesitaba.
Pues algo tendremos que hacer, tiempo al tiempo, pero dejar que pase por tu puerta el tren de esta manera y no rendirse a la tentación de cogerlo un ratito es una posibilidad que no me planteo.
Pero volvamos al disco.
Estaba el otro día en el coche, yendo de un lado para otro, con una amiga a bordo. Esta amiga y yo no tenemos una compatibilidad musical muy acentuada que se diga. Más por su limitado arco de atención que por rechazo mío a lo que le gusta. No tengo problema alguno en entregarme a Lady Gaga si se da el caso. De una forma o de otra ella es consciente de nuestra separación en este asunto, de forma que tras escuchar un par de temas del Cantinas me comentó que esa música estaba muy bien para viajar, que la veía muy propia de ir con el coche en un viaje largo, acompañando los cambios de paisaje y las gasolineras. Y pensé yo que se trataba de un tema de trance. De ese nivel de consciencia superior al que te lleva una percusión bien sincronizada. Recordemos que el mismo Bunbury definió este disco como un álbum de percusión (Quino Bejar on board Los Santos Inocentes) .
A mi me ha encantado, ¿qué queréis que os diga?. Me ha gustado cada tema. Y me ha gustado así, a pelo, sin haber escuchado las versiones originales de los mismos (tarea a la que me entrego ahora). La sonoridad tan diferenciada, que me impide entenderlo como un todo y más como una colección exquisita de canciones, algo parecido a una caja de bombones de diferentes sabores y base común.
Pasito más, y ahora a seguirle el paso a todo lo que le tengo pendiente. A este tanto como al que Ordas comentaba en el artículo que enlazaba arriba. Ya estamos como el conejo blanco de Alicia.
Esta última semana me ha acompañado en el coche el señor Woody Guthrie. Es posible que usted no le conozca, aunque hay más posibilidades de que sí, ciertamente. Guthrie fue un cantautor norteamericano que nació allá por 1912 y que murió en el 67. Un tipo singular, con una circunstancia que le transforma en una pieza referencial de la música de autor yo diría que a nivel mundial.
Pensaba el otro día sobre el particular, tras leer un artículo de Wilma Lorenzo respecto del nuevo pop rock español. Y me preguntaba qué mueve hoy a un chaval de dieciséis años a coger una guitarra y plantearse ser músico. Y me cuestionaba qué llevó al joven Woody a coger una armónica y comenzar a tocar. Seguramente hay un punto común generacional, pero existe un hecho diferencial innegable que carga de autenticidad el trabajo del de Oklahoma, de la misma forma que carga las interpretaciones de aquellos negros que tomaron las guitarras en las viejas plantaciones de algodón estadounidenses y comenzaron con el blues rural de las primeras décadas del siglo XX. Hay una verdad detrás. La hay en los versos de I ain't got no home in this world anymore y existe por supuesto en aquella espectacular estrofa:
As I went walking, I saw a sign there, // Caminando, vi una señal
And on the sign there, It said "no trespassing" // y la señal decía "prohibido el paso"
But on the other side, it didn't say nothing! // pero en el otro lado no decía nada!
That side was made for you and me. // ese lado estaba hecho para ti y para mí.
Imaginen ustedes que nacen en el seno de una familia rural de honda creencia política, de la banda demócrata que escora a la izquierda; imaginen sobre esa circunstancia una madre enferma y una tremenda crisis que obliga al padre a emigrar a otro estado dejando su familia atrás. Añádanle una catástrofe natural como fue el dust bowl en una región profundamente agrícola y, por tanto, absolutamente dependiente de factores medioambientales. John Steinbeck lo describió como nadie, John Ford nos lo mostró como nunca.
Es entonces, unido a cientos de granjeros y familias, que Guthrie se convierte en altavoz de los desheredados. Transforma sus vivencias pero sobretodo sus anhelos, reivindicaciones y pesares en canciones. Y es entonces cuando nacen el Dust pneumonia blues o la hipnotizadora Vigilante man.
No está inventando parajes, está tomando fotografías mentales que transformará en gran parte en las melodías que nos han llegado y que concretó en una primera etapa durante su estancia, a finales de la década de los 30, en California, de la mano de una emisora local orientada hacia el hillbilly y el folk propiedad de un político demócrata.
Más adelante, por motivos que no son tampoco objeto de esta entrada deja california y acaba, pasando por Texas, en New Jersey, donde Alan Lomax realizará las grabaciones que se incluyen en la biblioteca del congreso. Podéis escuchar cosas acerca de su figura aquí.
El peso de lo que no se elige nos determina de forma concluyente. Más aún si esa parte tiene condicionantes tan definitorios como la pobreza o la desestructuración familiar. Rasgos que determinan de forma fundamental una filosofía de vida. Algo que la canción que los recoge no puede disimular. Woody Guthrie puede gustar o puede no gustar, pero no está mintiendo a nadie.
En el Ruta 66 de este mes entrevista Jorge Salas a Lee Ranaldo y le aborda con un tema tan viejo como el r'n'r: la evolución musical a traves de la desaceleración y el encuentro con la melodía. No es mal tema este. Refiere Jorge a declaraciones de Gareth Liddiard, vocalista de The Drones, al respecto, viniendo a decir que a cierta edad tocar rápido ya no tiene gracia.
Creo que el bueno de Gareth no estuvo muy afortunado en formular la frase aunque creo entender que el trasfondo es el mismo que se depura del comentario de Ranaldo al respecto: que con el paso del tiempo aparecen lecturas más profundas sobre todo, la música también, y esto le hace a uno ir fijandose en detalles y realzando matices que se escapan en el ataque necesario y brutal (por instintivo) sobre los intrumentos que se hace a edades tempranas.
No hay obligación de versionar en clave de punk la inacabada de Schubert como no la hay tampoco en convertir a cuarteto de cuerda el Oi!oi!oi! de los Cockney Rejects, cada cosa tiene y debe tener su lugar y su tiempo. Sin embargo para este falsario tiene un interés especial la evolución desde sonidos primarios a estructuras más complejas (sean estas ortodoxas según la teoría musical y la armonía, o completamente rompedoras (aunque la atonalidad o el ruido no tengan nada de rompedor a estas alturas de la película)). De hecho la combinación suele dar resultados fabulosos. No hay como juntar la rebeldía y la fuerza, el instinto primario, con la evolución y el enmarañamiento del conocimiento. Hay casos a doquier, desde Fermín Muguruza en tierras cercanas hasta Joe Strummer en el cajón de la memoria.
A veces estos cambios se toman años. No se trata de volantazos y derrapes sino de transformaciones que uno puede ir persiguiendo trabajo a trabajo. Comprobando el cambio de colaboradores y productores, la disolución y reconstrucción de bandas. Como es el caso que me trajo a la memoria el artículo de Salas, la banda que formaron Steve Jones y Paul Cook cuando los Sex Pistols se fueron al garete: The Professionals. No es una banda muy conocida, y tampoco recuerdo cómo llegué hasta ellos. En su trabajo homónimo de 1980 (publicado una década después) se puede encontrar uno de esos cambios infinitesimales que comentaba arriba. Es pequeño (no tan pequeño en cortes como Just Another Dream) pero decidido. Y me encanta. Ah la melodía, la eterna vilipendiada por cursi, por moña, pero lo jodido que es poder dominarla, comprenderla, e introducirse en ella sin caer en el tópico. Que se lo digan a McCartney o a Stevie Wonder, a los H-D-H o a Leiber&Stoller...
En estos tiempos revueltos (cuáles no lo son?) cuesta entender un concepto como el "retorno de inversión", especialmente cuando dicho retorno se concibe desde una perspectiva ancha y comunitaria. Me explico. El individualismo, algo tan viejo como el viento, nos empuja a calcular los pasos dados de forma que, de algún modo, nuestro esfuerzo se vea recompensado sobre nosotros mismos. Este estrecho ángulo de visión nos impide la perspectiva lateral de la influencia sobre nuestras personas de la comunidad, parte esencial de cada uno al fin y al cabo. Y quién invierte en esa comunidad? esto es algo de lo que no siempre somos suficientemente conscientes: nosotros mismos.
Cuando una universidad privada decide invertir parte de sus ingresos en generar un proyecto como una emisoria de radio del campus está demostrando un compromiso con su comunidad encomiable. Este sentido, más común en otros países que, por desgracia, en el que me ha tocado vivir, siempre genera, de forma difusa pero sostenida, un impacto positivo en el entorno. Por una lado creando vínculos que ayudan a la cohesión del colectivo, por otro posibilitando a los que forman parte de la aventura de forma más directa un acceso sin intermediarios a conocimiento, ilusión y disciplina, tres elementos básicos que combinados rara vez no desembocan en resultados notorios.
La WHRB es una emisora de radio de Cambridge, Massachusetts, operada por estudiantes del Harvard College. La podéis encontrar aquí y permite, obviamente, su escucha on-line. Este proyecto nació al inicio de la década de los 40 del pasado siglo y fue creciendo hasta convertirse en emisora comercial a finales de la década siguiente. Un rápido vistazo al menú de su página de acceso en internet le permite a uno comprender en qué basa su programación. Música de profundas raíces norteamericanas: jazz, blues, hillbilly, pero también música clásica y una sección llamada The Record Hospital donde encontrar ritmos más r'n'r. Su escucha le sume a uno en la mortificación de la ignorancia, por un lado, y en la excitación ante lo desconocido. Aconsejo que prueben la experiencia.
Ahora, lo comentaba, es una emisora comercial, es decir, se ha convertido en una entidad privada con (entiendo) ánimo de lucro. Pero el concepto sigue estando presente. Lo está en el hecho de mantener activas sus "orgías", por ejemplo. Desarrollemos esto. La emisora sigue estando alimentada por una filosofía de "college radio", es decir, la llevan estudiantes de Harvard (desconozco hasta qué punto asesorados o dirigidos por profesionales del sector) y, como tales, chavales aún adscritos a una rutina de semestres y exámenes. En épocas además similares a las que tenemos aquí: una primera etapa en torno a enero y una segunda en torno a mayo. Debido a que deberían de ser periodos de concentración y estudio, los estudiantes disponían de menos tiempo para con sus responsabilidades al frente de la emisora, de manera que acabaron desarrollando el concepto de "las orgías", periodos de emisión continuada de música sin cortes publicitarios ni intervención de locutor alguno. Con una particularidad, se emiten de forma continuada los trabajos completos de un compositor, un sello discográfrico o un género. A piñón fijo.
Y parece ser que todo lo comenzó un alumno allá por el 43 cuando, tras haber aprobado un complicado examen, decidió poner en antena de forma continuada todas las sinfonías de Beethoven en orden.
Pero inicié el post hablando del retorno.
De forma difusa toda esta actividad cala y ahonda en la comunidad. En ocasiones, además, cuaja en algún sujeto concreto que destaca, generando así un caso paradigmático que siempre puede servir de retroalimentación positiva del proyecto. La WHRB tuvo este ejemplo, un chico afroamericano llamado Tom Wilson.
De Tom Wilson ya hablamos por aquí hace unos meses al comentar el primer disco de los Mother of Invention, y de nuevo me lo he vuelto a encontrar hace poco en un artículo que sobre Simon & Garfunkel ha editado Efe Eme en su primer cuaderno (otro día hablamos de esto). Wilson fue uno de los grandes productores de la música popular en las décadas de los 60s y los 70s. Presente en algunas de las más conocidas canciones de los más insignes artistas. En referencia a los dos mencionados anteriormente, fue Wilson quien cogió The Sound of Silence y le dió el gancho que se habían dejado en el camino Tom y Jerry. Comenzó a radiarse y se disparó en el imaginario colectivo. Precisamente estaban éstos en Europa cuando les sorpredió su tema encaramado en lo alto de las listas de éxitos. Volvieron a America y el resto es ya historia.
Os dejo más abajo las dos versiones, la original del Wednesday Morning, 3 AM.y el resultado tras el paso por las manos de Wilson.
Tom Wilson admitió en alguna ocasión que su conocimiento musical, su cultura y su bagaje no hubieran sido los mismos sin haber pasado por la WHRB.
Eso es retorno.