martes, 10 de septiembre de 2013

El Éter

Por circunstancias que no vienen al caso dediqué varios años de mi vida a estudiar Ciencias Físicas.
No fue la peor etapa de mi vida, pero la mejor tampoco. En lo académico ni hablamos. El caso es que entre las mil cosas carentes de prácica cotidiana que aprendí, me encontré de vez en cuando con algún concepto gracioso, con alguna cualidad original de eso que a la raza humana le ha dado por interpretar como "realidad", que es esa cosa que creemos percibir reflejada como sombras que el fuego proyecta en la pared de la.... y bla, bla, bla.
Una de esas cosas fue el éter.
El éter había que inventarlo y se lo inventaron. Hace mucho tiempo, cierto, pero es que el concepto lo mantuvimos en boga hasta bien entrado el siglo XIX. Se trata de una hipotética sustancia, un fluido, que lo ocupa todo, bueno, todo..., especialmente aquellos espacios que no los llena nada. Como el espacio que queda entre los planetas, por ejemplo (La inmensidad del espacio, un infinito poblado de estrellas y de éter, que decía Faulkner). Luego, imagino, se inventaron "la nada" basándose en el mismo principio (que a las cosas que desconocemos hay que buscarles alguna explicación basada en cosas que conocemos, sea ésta un carro que atraviesa el cielo tirado por caballos voladores o cualquier otro cuento a mano). El éter, que es el caso, afectaba e interactuaba con las cosas que en él flotaban como aceitunas en salmuera. Hasta se pretendía demostrar que la luz presentaba una velocidad diferente al atravesarla que en el vacío.

Pues bien. El convencionalismo actual dice que el éter, sí señores, tras años de vigencia, no existe. Como lo del purgatorio, que ahora ya no controlo si existe, si no existe, si vamos, si expulsaron de allí a las ánimas que estaban al declarar su inexistencia... divago. Decía que el éter, así, en los salones de té de las universidades americanas, no existe. Pero, qué conveniente es en ocasiones ser un completo falsario, yo creo que sí existe. En mi caso rodea al indie español y me impide verlo en su estado natural. La velocidad del sonido se altera al atravesarlo y me llega distorsionada, pero distorsionada en plan chungo. No encuentro otra explicación a que no me entre a mi la misma mística elevación que a algunos de mis congéneres ante su escucha. Por qué no presento las mismas llagas purificadoras fruto del éxtasis de su observación. Hay casos y casos, como en todo, pero así, en general, acabo afrontando la escucha de ciertas galletas con un grisáceo agnosticismo que mata.

El sujeto, hace unas semanas, fue Julio de la Rosa y su trabajo La Herida Universal.
No sé yo (que dice el autor en La fecha en la tapa) si es culpa mia o del éter, pero no. Yo estiro el brazo a ver si llego, pero tampoco. No le ayudan dos referentes que me aparecen durante su escucha como los maniquíes pintureros del tren del infierno en la feria, a saber: Señor Chinarro y Nacho Vegas (cuando antes hablaba de excepciones hacía referencia, entre otros, a estos dos).
Por que Luque y Vegas sí, pero de la Rosa no. Primero, y fundamental, porque no me divertí en la escucha (escuché el álbum nueve veces en cuatro días) y segundo porque no me aportó nada nuevo. Ya había oído esas canciones en algún sitio antes. Creo que ya lo he mencionado alguna vez al hablar de una parte del indie español, no comprendo la necesidad de ser tan original mediante un concienzudo empeño en serlo. Por eso me chirría ese acento andaluz (esa ese aspirada al final de "mires") con que pronuncia la primera (y recurrente) frase de No me mires con los ojos, cuando no lo vuelve a utilizar en el resto de los temas.
Y no es que instrumentalmente eche nada en falta. Al contrario. Si es que encima está de puta madre. Suena bien. Incluso no me sobrevino esta vez esa sensación de que sobra este sonido, de que la producción es como la ruleta rusa, si das una vuelta más de lo necesario liquidas el tema. Podría ponerme ridículo y decir que no veo un álbum sino una colección de canciones, que no me encajan los temas más intimistas con esos arrebatos melódicos que le entran de golpe al amigo, pero tendría que haber bebido algo para eso, soy de fácil verguenza.

Sin embargo, con todo, no evito la sensación de que algo se me escapa.
Como es el primer trabajo del jerezano en solitario que me enchufo, seguiré esperando mi momento Michelson-Morley, ese en el que me quede claro que el éter no fue un convencionalismo adecuado y que posiblemente no existe nada entre mi oído interno y estos artistas. Entonces, solo entonces, aparecerá ante mi esa verdad que se me escapa: la irresistible atracción de esta música.

Que poco que he hablado de música hoy - dijo mientras su sombra se desvanecía sobre la acera, teletransportada a otra ciudad, engullida por el éter.

Cosas buenas a tod@s.


jueves, 5 de septiembre de 2013

Tuxedo

Uno. Si has pasado en los USA el tiempo suficiente y te han invitado a alguna fiesta de postín, ya sabrás que un tuxedo no es otra cosa que un smoking (esmoquin, que dice la rae).
Dos. El caso es que viniendo de acá para allí, esta mañana tuve un ratito y lo dediqué a abrir el Spoty y seguir sus creativas, sorprendentes y a menudo irracionales sugerencias. Y como hacía poco había estado escuchando a Art Blakey & The Jazz Messenger, ha tenido a bien la inteligencia artificial del artefacto el proponerme la escucha de un tipo llamado Milt Jackson, aka, Bags.
Tres. Nadie descubrirá a estas alturas que la música, como la comida, entra también por los ojos. "Se escucha por los ojos" igual que se come con ellos. Yo vengo de un tiempo donde la radio y el equipo de música del salón expedían los billetes hacia la cosa esta de la música casi de forma exclusiva. Para cuando internet había entrado en mi casa, bares varios y conciertos gratuitos de fiestas locales  habían elaborado la tercera autopista de acceso. Posiblemente no llegaré a quejarme de que un tema no tiene videoclip (aún siendo de su generación), pero, para bien, tengo dos ojos y suelo mirar con ellos lo que me gusta y lo que me dejan.


Bags, el prota de hoy, tocó gran parte de su vida en un grupo de jazz llamado Modern Jazz Quartet, un proyecto paralelo salido de la órbita del maestro bop Dizzy Gillespie, que se convirtió en un influyente combo de la era post Segunda Guerra Mundial. Un grupo que transmitió alma y elegancia a una mezcla de estilos de jazz que deja en estado de nirvana a quien se para y escarba un poquito bajo la superficie.
Y los MJQ, una década antes de que Epstein obligara a los cuatro de Liverpool a vestir elegantemente y seguir un patrón exquisito, llevaban en sus actuaciones (ya lo llevaban haciendo las grandes bandas del swim décadas) sus cuatro tuxedos afilados y ceñidos como guantes. Acompañamiento sólido al sonido que emanaban. La parte de los MJQ que se escuchaba con los ojos.

Una nota final. Acostumbrados a la trompeta, el saxo, el piano, o la guitarra del jazz, Jackson nos permite abrir las orejas a un instrumento especial. De esos que a veces da la impresión de estar en la barrera de lo kitsch y lo serio: el vibráfono, similar al xilófono. Sonidos inusuales para madrugones cotidianos. Se escucha tan claro en esta feelings  que toda explicación queda en redundancia.

Y ahora me pongo mi tuxedo, que tengo que salir a trabajar.

Cosas buenas a tod@s.