lunes, 29 de abril de 2013

El puzzle del árbol

La vida podría ser como el puzzle de un árbol.
Un puzzle sobre el que podríamos decidir el número de piezas que lo forman.
Si escogemos que sean pocas tendremos un puzzle sencillo. Lo montaremos relativamente rápido y no tendremos que calentarnos demasiado la cabeza en saber dónde colocar qué pieza. Pongamos por caso que escogemos que el número de piezas sean dos. Una podría representar el tronco y otra la copa del árbol. La parte negativa es que nunca podremos saber qué es una hoja, o una fruta del árbol. Todo será o copa o tronco.
Por el contrario podemos escoger que nuestro puzzle tenga multitud de piezas.
Esto nos permitirá conocer detalles ínfimos del mismo. Podremos conocer matices inexplicables con el puzzle de dos piezas. Sin embargo será complicado de construir. El encaje de cada pieza nos generará problemas y dudas. Las posibilidades de que acabemos aburridos del mismo se multiplican. O angustiados. En un caso extremo puede que incluso decidamos dejar de jugar al puzzle.

El jazz es ahora uno de mis puzzles.
Y he escogido entrar en él por la vía más sencilla, la del puzzle de dos piezas.
Estas dos piezas representan las dos grandes etapas del estilo. Ambas situadas, más o menos, a ambos lados de la Gran Guerra. Una primera protagonizada por las grandes bandas. Repleta de nombres míticos que todos, incluso los que no sabemos de jazz, hemos oído cientos de veces. La era del swing. Luego viene una segunda. La rotura del estilo anterior, la evolución. La del combo reducido y la partitura abierta. También repleta de nombres que, a los ajenos, nos suenan a leyenda. La era del bebop.

Con permiso, me meto en el bop y piso arenas movedizas. Vamos... lo que hay que hacer.
Y traigo un nombre nuevo al blog. El de uno de los tres grandes impulsores del bop: Charlie Parker. Podríamos decir que los otros dos fueron, por ejemplo, Bud Powell y Dizzy Gillespie. Habría muchos más nombres en el estilo, pero podríamos simplificar y comenzar por estos tres.

Parker, Bird, cambió las reglas del juego. Para mí es difícil explicar por qué. O, bien mirado, puede ser ridículamente sencillo. Con mi hermano recuerdo que cuando teníamos la ocasión de tocar las teclas de un piano, ignorantes como éramos, golpeábamos al azar aquí y allí, sonreíamos y decíamos: "es jazz". Ese desorden, esa colocación de las notas donde la melodía clásica no las espera. Esa anarquía que atraviesa el conocimiento musical pero llega al entendimiento común, eso, es bebop también. Y eso, con una explicación detrás, con una intuición y un talento natural y horas de trabajo encima, era Charlie Parker.

Cosas buenas a tod@s.

domingo, 21 de abril de 2013

Un tipo con bigote y un productor negro.

Esta semana pasada abrí uno de mis regalos de Reyes. Puede que sea de los últimos que está haciendo esto. Ya sé que es abril y que este paso debiera de haberlo dado antes, pero es que es peor, me quedan aún otros dos regalos por abrir... y los dos de los mismos autores que traigo hoy al blog. Poco a poco.

La galleta en cuestión se llama Freak Out! y fue pergeñada por un grupo llamado The Mothers Of Invention. Como es uno de los discos... como diría... "fundamentales" de la música popular moderna (no tanto en cuanto a contenido sino en cuanto a trascendencia), estoy convencido de que muchos de ustedes sabrán perfectamente de quien estoy hablando. Pero esos "muchos de ustedes" escriben unos blogs maravillosos que leo siempre que tengo ocasión. Yo, falsario donde los haya, me limito a trazar con tiza las líneas de salida de los caminos. Por eso encontraría natural que del nombre arriba mencionado, no se destile un segundo nombre, más conocido al menos fonéticamente (que lo de la música es otro cantar). Hablo de Frank Zappa.
Pues nada, hablemos un poquito de Frank Zappa y de este disco.


Lo primero que conocí de Zappa fueron sus iconoclastas retratos. En varios bares de esos que frecuentaba cuando no tenía responsabilidades vinculadas con mi sustento, había fotos de este sujeto sosteniendo un guante que hacía que su mano asemejase un apéndice extraterrestre, o mirando de frente al objetivo con dos coletas agarradas a los lados de su pelo revuelto, o sentado en un retrete como sorprendido por una entrada inoportuna. "Zappa es un cachondo". Poco más podía deducir yo de todo aquello. Y sí que lo era, sí, pero también era más cosas que un mero cachondo. Fue una persona inquieta, en mi percepción alguien incómodo con su propia existencia. Y volcó esto, entre otras cosas, en sus músicas.
No es éste el post en el que hablar de la vida de Zappa, pero si os adentráis un poco en ella, creo que encontrareis que no creció precisamente el de Baltimore en el más aconsejable de los entornos dada la ya de por si enmarañada percepción de la realidad del joven.

Volvamos al disco.
Zappa conoce a un tipo llamado Ray Collins, el cual tiene un grupo donde interpretan versiones de doo-wop principalmente (The Soul Giants). Tras un altercado con el guitarristra de la banda, se le ofrece elpuesto a Zappa y este acepta. Y aquí comienza el influjo de Zappa, su inconformismo y su espinosa personalidad a hacer de las suyas. No tarda en convencerles de que deben de abandonar hacer versiones y centrarse en sus propios trabajos. Así comienzan a componer sus propios temas. Consigue un representante y comienzan a moverse por el circuito de garitos de Los Ángeles. Su nombre comienza poco a poco a sonar y un trabajador de MGM les propone un contrato en una subsidiaria (Verve) para parir un primer disco. En otras circunstancias, con otro personaje, el nombre de este productor podría obviarse. Me temo que sería un grave error pasar de largo la oportunidad de nombrarle. Este individuo se llamaba Tom Wilson, y, aunque otro día hablemos más de él, creo que tres líneas para enmarcarle vendrían al pelo.

Tom Wilson fue productor musical durante las gloriosas décadas de los 60s y los 70s. Trabajó para Columbia y para MGM (Verve). Como es posible que el nombre no diga mucho, apuntemos simplemente que le debemos sonidos de Bob Dylan (Like a Rolling Stone incluida), Simon and Garfunkel (The Sounds Of Silence incluida), The Velvet Underground (Sunday Morning incluida) y, por supuesto, The Mothers of Invention. Creo que los nombres hablan por sí solos. Otro día comentamos más de él.

El caso es que no parece claro que la influencia de Wilson en esta galleta fuera determinante a nivel de sonido. Más parece que fue el propio Zappa el que destiló los temas y definió las pautas durante la grabación mientras que Wilson ayudó a dar el empaque profesional y el marco comercial para ello.

Un disco, éste, con unas características fuera de lo normal. Para empezar fue un disco doble (lo que estaba completamente fuera del estándar por aquellos días. De hecho sólo unas semanas antes había salido al mercado el primer disco en ese formato y para este tipo de música, el sublime Blonde on Blonde del bardo de Minnesota). Pero, y para continuar, lo más destacado es la libertad que el grupo tuvo para hacer lo que hizo. No podemos olvidar que se trata del primer trabajo del grupo. Aún así, el segundo disco (la parte final en el CD que me regalaron por Reyes) es de un nivel experimental que tira de espaldas (hablamos de 1966). The Return Of The Son Of Monster Magnet es un corte para sentarse y escuchar. No sirve para bailar. No sirve para tararear. No sirve para anunciar nada. Hay que oírlo e interrogarse. Lo que cada cual prefiera. "¿Qué hago aquí perdiendo el tiempo?" también está permitido. Y eso que Zappa aseguró que lo que se presentó en la galleta no era el tema que tenía en mente sino la base sobre la que pensaba trabajarlo. Una base que le debió parecer a las cabezas pensantes de Verve suficientemente arriesgada ya como para rematarla con más capas de insurgencia.

Pero la primera parte del trabajo no tiene nada que ver con esta huida hacia alante. De hecho muchos de estos temas me sorprendieron por lo ortodoxa de la propuesta. Justo en ese punto intermedio donde no puedes acabar de creer que el producto no pretenda esconder una fina ironía acerca de la propia capacidad del oyente para aceptar lo inmediato. Esto me pasa con Lennon de vez en cuando también. Pero es una sensación que acepto. Incluso, se me ocurre, podría algún día traer temas que me despiertan justamente eso.

Pero me está quedando muy largo esto hoy. El disco lo merece. Paro aquí aunque, como dije, pasará Zappa más veces por estas líneas. De momento dos más seguro. Esos dos CDs aún envueltos en su celofán que me esperan en la estantería. No desvelo sus nombres.

Os dejo con el corte que hizo a Wilson acercarse a éstos. Creo que no sabía, en aquel momento, donde se estaba metiendo.

Cosas buenas a tod@s.


lunes, 15 de abril de 2013

Orígenes

Hay músicos tan independientes que cualquier intento de hacerles entrar por el aro se transforma en una fatua demostración de fuerzas. Fue el caso de quien me ocupa hoy, un compositor enorme, padre de melodías tan poco inmediatas como inquietantes. El cómplice necesario para que las películas del maestro se grabaran en mi retina en pases nocturnos de la que en aquel entonces era la única segunda cadena de televisión. Hablo de Bernard Herrmann.

El listado de trabajos de Herrmann es tan impresionante (no meramente en las producciones de Hollywood, sino también en trabajos para televisión, en series B hoy míticas como las colaboraciones con Harryhausen), tan impresionante, decía, que me resisto a resumirlo en un post. Mejor me centro en una de sus melodías favoritas, y dejo al final una anécdota para el lector avezado y joven. Del resto nos iremos encargando poco a poco en el futuro.

La obra en concreto pertenece a la que es mi peli predilecta del gordo, o, si me permiten, una de las tres favoritas: North by northwest (Con la muerte en los talones aquí, de 1959). Si no la ha visto corra a donde sea necesario por ella. Ponga su vida en peligro si fuese imprescindible. Hágase con una copia, róbesela al vecino, pague lo que le pidan. Véala.
Sin ánimo ninguno de fastidiarle el visionado a nadie puedo decir que la trama de la cinta se basa en cómo se le puede complicar la vida a alguien que se ve metido, por azar, en medio de una trama compleja de intereses creados. Una confusión de identidad es suficiente para generar una genial secuencia de situaciones al límite en las que nuestro protagonista habrá de vérselas y deseárselas para salir con bien.

Y, enmarcando todo esto, dándole forma, llevándote de la mano.... esto. O, si tiene la suerte de disponer de quince minutos, su suite completa:


Ponerme a describir esta música esta fuera de mis limitadas entendederas. Ese juego de metales y cuerdas, ese diálogo de ida y vuelta de las secciones orquestales, los timbales entrando y saliendo de la melodía. La inclusión de elementos ajenos a la composición tradicional. Y es que incluso en esto Herrmann fue una personalidad indomable. Precursor y valor de elementos como el theremin, al que ya en el 51 le dio uso en la cinta The Day The Earth Stood Still de Robert Wise (una serie B mítica, posiblemente el círculo donde encontraba su tan ansiada independencia creativa, la misma que Hitchcock se empeñó en romper y que devino, a la postre, en la separación entre los dos genios).

Como decía volveremos sobre él, no me alargo hoy más de lo necesario. Eso sí, la anécdota prometida.
Posiblemente haya entre ustedes algún amante de las películas de Tarantino. Yo mismo no dejo de verlas siempre que tengo ocasión. Pues bien, en una de ellas aparece una singular melodía. Una joyita que lejos de pasar desapercibida se convirtió en su momento en producto de masas. Y.. no, no fue algo compuesto para la peli de Tarantino. Fue un homenaje en toda regla. Un callado y discreto pero evidente homenaje a uno de los grandes compositores de música para cine.
No les avanzo más, escuchen, escuchen, creo que les sonará...

Cosas buenas a tod@s.



domingo, 14 de abril de 2013

Banda sonora de carretera

Un amigo de mi mujer no paró de repetirle que debía de escuchar a los Kings of Leon. Que eran de lo mejor. Y le pasó varios de sus discos. Ella los llevaba en el coche y yo iba haciendo de las mias sin urgencia ninguna por acercarme a éstos.
Finalmente caí en la tentación y me traje un trabajo de estos hijos (los Followill) de pastor de la iglesia pentecostal que parieron, con el cambio de milenio, un combo de rock con raíces sureñas y aspiraciones a sonidos épicos.

A veces empiezo por el principio y a veces comienzo por el final, aunque sea, como es el caso, por mero azar. De los discos que le grabaron a mi mujer, éste era el primero que había en el pen. Se llama Come Around Sundown y es una galleta del 2010 repleta de sonidos que tienden a la expansión mental, al ladeo de cabeza, al atardecer veraniego y el pasar de olivos más allá de la ventana del coche en cuarta por carreteras nacionales de interior.

Siendo lo mejor que me he echado a los oídos esta semana un vídeo que cacé en el Facebook de Alejandro Escobedo, me cuesta, ciertamente, venir a hablar de este disco este domingo por la mañana. El pasado lunes, durante su primera escucha, se me vino por segundos David Grey a la cabeza. Luego fui circulando de unos lugares comunes a otros (entre ellos Band of Horses) antes de empezar a leer algo sobre los autores de los temas.  Tiene gracia que entre uno en Spotify y aparezcan los mencionados como Artistas similares en las recomendaciones. Lo digo porque menciona a otros artistas similares donde las coincidencias me brillan por su ausencia. Será que me baso en este trabajo exclusivamente y los de Tennesse tienen tendencias menos producidas en anteriores trabajos.
Y ya que menciono la producción me meto en el charco. Para mi gusto pelín pasada de vueltas. Busco el nombre del artista y me encuentro con Brad Bivens, y me cuadra que se ponga a los mandos de la mesa en el último trabajo de Dawes (que me parecen más cercanos a los KOL que algunas de las similitudes reflejadas en el Spoty).

En total, un disco que me deja algo tibio y que no sé muy bien cuándo me puede encajar. Creo que me olvidaré de sus temas. Tan redondos, tan trabajados, pero que me aportan más bien poco. No lo quiero para el vermut y me temo que tampoco para el café. Lo dejaré, como decía, para acompañar a los olivos en esos largos viajes peninsulares que me meto entre pecho y espalda a veces. Quizás sea la mejor opción. Banda sonora de carretera. No está nada mal, bien mirado, como destino de recreo de un rey.

Cosas buenas a tod@s.




miércoles, 10 de abril de 2013

El anverso de la diva

Las "divas" son poco santos de mi devoción. Ese aire de pagadas de sí mismas, esa altanería, ese orgullo mal entendido y ese pavoneo desmedido me cargan. En ocasiones tengo que hacer el esfuerzo por ignorar todo eso y centrarme en su música. Y es que las divas, de tanto en tanto, esconden músicas excepcionales.

Si comenzase una lista de divas estaríamos un rato y tampoco es el objetivo del post, es sólo su arranque. Podría, así, a bote pronto, mencionar a Rocío Jurado, a Kylie Minogue, a la mismísima Madonna... las más inteligentes de ellas alimentando un personaje tras el cual parapetarse, otras, las más pequeñas de espíritu, viviendo el personaje mismo y confundiéndolo con su propia existencia.

Nos acaba de dejar Sara Montiel. Qué duda cabe de que Saritísima era una diva. Con toda su parafernalia encima, con sus excesos innecesarios, sus poses, sus almibarados gestos, sus elocuentes insinuaciones. Sara podría hacerme cambiar de canal en segundos. Huir de ella como alma que lleva el diablo hacia territorios menos plastificados y brillantes.

Sin embargo un día descubrí el anverso de la diva. Sara tuvo la inteligencia, llegada cierta edad, como para reírse de sí misma. Y entonces logró que la mirase con otros ojos. Su muerte llena mi móbil de tweets con anécdotas y recuerdos de gente alejada de lo que cabría entenderse como su entorno primario. Relatos de acciones de la diva con los rulos puestos y la cara "lavada" (si es que alguna vez llevó Sara Montiel la cara "lavada"). Y es que Sara tenía un lado punk que se destapó con la edad. Esta parte sí me cambió la forma de verla. Cuando la gente de su generación pasó de alabarla a preguntarse en voz alta si esta señora no debiera de estar ya metida en su casa y dejar de hacer el ridículo. Pero Sara no se quedó en su casa.

El caso es que, a mi juicio, nunca cantó bien. Era más "artista", en el sentido más genérico de la palabra, que cantante. Lo cual no deja de ser una parte importante a la hora de subirse sobre unas tablas. La teoría del frontman. La Montiel, aquí sí, era una frontwoman de primer nivel. Eso que ahora encuentro tanto a faltar en la mayoría de las propuestas al alcance del españolito medio (que, en la era de internet, es el habitante-del-mundito medio).
Sara solía pedir al pianista que bajase la escala en sus interpretaciones porque no llegaba a las notas altas. Su voz se alejaba de la norma de la época. Frases anecdóticas como aquella en que el pianista, en el ensayo de los temas de El último cuplé le respondía "si seguimos bajando, nos sentamos debajo del piano". Pero Sara, o quien fuera que confió en ella en ese punto (no he llegado hasta ahí aún), acertaron. Se metieron en el barro y salieron enfangados pero victoriosos.

En mi ración de ayer de los cuarenta minutos que tengo de televisión al día (cuando llegan) me topé con las imágenes de su entierro. Bueno, en fin, cosas de las divas, que arrastran masas y el beneplácito de gobiernos afines que en determinados momentos o bien se sirvieron de ellas como medios propagandísticos, o bien las utilizaron para distraer la atención del vulgo de los temas acuciantes y onerosos. Demasiado para mí tanto alboroto, yo, que decidí hace ya unos años dejar de atender los grandes conciertos de los primeros espadas en pabellones para salvar horas de cola pre y post adquisición del ticket de entrada.

No puedo marcar este post como "charco". La forma particular y errónea de cantar de Sara esconde personalidad de sobra para sacarla a flote.

Aquí la dejo con aires argentinos que Le Pera y Gardel (ya tardamos en traer a estos) empaquetaron en El día que me quieras.
Descanse en paz.

Cosas buenas a tod@s.


domingo, 7 de abril de 2013

Enormes cifras tibias

Seré directo. Esta semana estuve escuchando el largo con que arrancaron su meteórica carrera Artic Monkeys y me dejó tibio como una cerveza que se olvida sobre el alféizar de una ventana.

El trabajo en cuestión responde al hiperbólico nombre de Whatever people say I am, That's what I'm not. El lector asiduo del blog (especie de cuya existencia no estoy convencido) estará al tanto de mi opinión acerca de los títulos rebuscados y estrambóticos para galletas o para combos. Ya puede ser una frase sacada de una novela sobre temática similar a la del álbum, un trabajo sobre el que el compositor y vocalista de los Monkeys, Alex Turner, encontró un océano de paralelismos. Ya puede ser una reivindicación camuflada buscando la autopublicidad. Ya puede ser lo que quiera. Me parece largo, rebuscado, facilón y efectista. Es decir, no empezábamos con buen pie.

Luego te pones a escuchar las canciones y te gustan. Bueno, eso de "me gustan" es ir un poco lejos. Es un "me gustan" como el "me gustan" de las hojaldrinas Mata en Navidad. Me gusta encontrármelas, me gustan los recuerdos que me traen. Me como una, dos. Durante esos diez días al año. Pero una noche cualquiera, de sábado para más inri, buscando qué colocar en la mesa para cenar.... difícilmente abriría una bolsa de hojaldrinas Mata. Pues algo parecido me pasa con este trabajo. Difícilmente lo pondría en la cena acompañando.

Luego estoy seguro de que me encuentro con un tema, aislado, en un pub, o en una barbacoa entre amigos, y lo disfruto o lo tarareo. Algo parecido a lo que me pasa con esos paisanos de los Monkeys que son Maxïmo Park.

Leo unas cuantas referencias que me remiten a The Strokes o Franz Ferdinand. Puede ser que los de Sheffield encontrasen allí su primera inspiración, de hecho se puede destilar de sus instrumentaciones, pero Whatever... está para mí varios peldaños más abajo que un Is This It o un You could have it so much better. No sólo porque no me haya impresionado su escucha como la hizo la de estos otros trabajos, incluso en la parte más pegadiza del asunto, no me ha trascendido ninguna melodía con la fuerza que pudieron hacerlo algunos temas de los álbumes mencionados de sus antecesores.

Me quedan cosas por oír de éstos y no quiero vender toda la lana a las primeras de cambio. Veremos qué esconden esos trabajos lanzados después, largos donde leo que se endurecieron las guitarras. El caso es que tampoco sería capaz de fijar dónde tuvo este LP del 2006 sus carencias. Le falta algo y no sé lo que es. Porque si vamos más allá de lo musical y ahondamos en su lírica, no me es extraña. Trece cortes dándole vueltas al sábado noche, uno de los mitos de la cultura popular. Más centrado en el club que en la barra del bareto, es cierto, pero el viaje hacia lo inesperado que es iniciar un sábado por la tarde una salida entre colegas sabiendo que se verá amanecer es un lugar que comparto con Turner y los suyos. Pues ni aún así.

Con todo las matemáticas no engañan, y los monos árticos rompieron el molde con su primer larga duración. El trabajo más vendido en UK en su primera semana en el mercado, más de 360.000 copias despachadas. Ha sido cuatro veces platino. Número uno en UK, Austria, Irlanda; dentro del Top10 en Bélgica, Dinamarca, Japón y Holanda, y veinticuatro en el Billboard 200 de los USA. Es decir, lo más de lo más. Entrada triunfal. Enormes cifras que seguramente están más que merecidas, pero que no me han pegado el pellizco que esperaba. Será cosa de higiene ótica. Me lavé bien las orejas el lunes?

Cosas buenas a tod@s.


sábado, 6 de abril de 2013

Atajos, trucos, revoluciones

Hay grupos que tienes que conocer si quieres que los gafa-pasta no te claven sus miradas de desprecio por encima del marco de las lentes. Uno de ellos es Pixies. Los Pixies, que decimos por aquí. Y, por qué? . Pues porque los Pixies llevaron la música a unas coordenadas que sirvieron de punto de partida a muchas cosas a posteriori. Algunas de esas cosas mundialmente conocidas y tarareadas por todos. Es, como digo yo, el "truco argentino" (y que no se me enfaden por favor los argentinos con esto). Me explico.

He conocido algunos argentinos en mi vida. Como no existía vinculación alguna entre ellos más allá de la nacionalidad, entiendo que el lugar común que les encontré forma parte más de la indiosincrasia de su pueblo que de rasgos de caracter personales de cada uno. Uno de esos lugares comunes es el atajo. A un argentino nunca le falta una respuesta. Y no sólo eso, es que habitualmente la respuesta es un camino en línea recta entre algo conocido pero inexplicable a primera instancia, y algo conocido y explicable (no siempre de forma racional), aunque a priori desconectado completamente del origen. De los mil ejemplos que podría poner se me viene a la cabeza Darín respondiendo a García-Siñeriz que al contrario de las rebecas hechas de lana, la pelambre de las ovejas, del animalico vaya, no encoje (sobre el bicho) cuando se moja debido al flujo sanguíneo (en este caso el segundo punto tiene una explicación racional).

Llevando el "truco argentino" a lo que nos ocupa, la pregunta debería de concretarse en algo parecido a... de donde viene la distorsión de algunas guitarras y las alternancias de sonidos fuertes y bajos en los temas de buena parte de la producción musical rock alternativa americana de los 90?. Y la respuesta, el atajo, sería: Pixies. Por qué? por gente como Kurt Cobain y sus declaraciones a la hora de contextualizar algo tan de uso público como el Smells like teen spirit, sin ir más lejos.


 En este blog ya hemos mencionado que la cosa ésta de ensuciar viene de más lejos. Sin descubrir misterio alguno deberíamos de remontarnos a Detroit y a NYC, pero no toca hoy repetir lo ya dicho. Pixies (Black Francis, Kim Deal, Joey Santiago y David Lovering) se forman en Boston en la segunda mitad de los ochenta y lo hacen para agitar un poco el cotarro a baja escala.


En el año 88 sacan su primer largo, Surfer Rosa, y éste fue, precisamente, el trabajo que me ocupó hace dos semanas.

Surfer Rosa pertenece a la cultura popular a estas alturas de la película. Al menos a un grupo reducido de cultura general, pero general al fin y al cabo. Quiero decir, poco podemos descubrir de esta galleta en la primevara de 2013.  Ví hace tiempo un documental acerca de los Pixies y lo que saqué en claro (y lo único que me ha quedado de aquel vídeo) es que Surfer Rosa fue para muchos de los músicos hoy día mundialmente conocidos, un shock perdurable e inspirador en el tiempo. Por poner un ejemplo de aquellos que no paraban de hablar maravillas del invento: Bono.

El disco tiene temas que llevo escuchando años. No puedo ya comentar Gigantic, o Where is my mind, y mucho menos aún Bone Machine, que siempre me ha parecido un tema muy stoniano desde el primer segundo en que la guitarra de Santiago se cuela en mitad de la percusión y encontramos las primeras voces. Y no puedo comentarlas porque las tengo dentro del ADN.

Una producción de un tipo indispensable en la música popular de los últimos años: Steve Albini. No es el momento de hablar de Albini, pero lo traeremos más por este blog. Hablar de Albini es, aparte de hablar de los Pixies, hablar de Urge Overkill, Pussy Galore, consecuentemente Jon Spencer Blues Explosion (ya trajimos el Acme por aquí), P J Harvey, los ya avanzados anteriormente Nirvana (con un Cobain impresionado por este trabajo y que a la postre forzó la colaboración en In Utero), The Sadies, incluso Cheap Trick. Todo acompañado por un elenco de artistas menos conocidos que tira de espaldas. Terrenos para caminar de sobra.

La línea de Albini nos lleva hasta John Loder, y lo menciono porque fue el ingeniero del Psychocandy de los The Jesus and Mary Chain, trabajo que también mencionamos en su día. Productores que dieron a sus trabajos un efecto de inmediatez, de desnudez y naturalidad que vino a significar una especie de confirmación del inicial DIY setentero pasado por la lavadora del final de siglo.

Me alargo demasiado hoy, pero es ésta una de esas bandas que dan juego. Volverán por aquí.

Os dejo con ese arranque que mencionaba. El principio de la revolución. Una guitarra de Santiago grabando un reconocible riff en nuestras molleras.

Cosas buenas a tod@s.